En todas las épocas, las generaciones han sido sacudidas por fantasías febriles obsesivas. Desde el agua de la eterna juventud y la piedra filosofal en la alquimia medieval, hasta las primeras alucinaciones narcóticas en la década hippie de los sesenta, el hedonismo generacional ha procurado los más inéditos canales de expresión. ¡Vivimos la era del pene!
El pene y su firmeza eréctil (del latín penis, que significa "cola" o falo del griego φαλλός, transliterado phallós) constituye hoy la más dominante fuerza de consumo en la decadente cultura occidental. La callada impotencia masculina, confinada a prejuiciosas intimidades familiares, rompe su silencio proclamando a los vientos el levantamiento épico del órgano viril gracias a sus heroicos paladines: Viagra©, Cialis©, Levitra©, La Pela©, Erec-F© y Vergadur©. Este tardío milagro de la ciencia ha desatado una fiebre de mitificación del pene a escala cósmica. Por fin, el vasto mundo de los caídos tiene un nuevo y rutilante despertar.
En América Latina esta fiebre se traslada a los escenarios políticos con el redescubrimiento de una fórmula para el tratamiento de la disfunción eréctil del Estado: la reforma constitucional.
La impotencia de los gobiernos ante profundas insolvencias institucionales y cuadros estructurales de pobreza empuja sus acciones a presentar proyectos constitucionales como soluciones mágicas a una historia de caídas estrepitosas. Esta onda febril arrancó en Venezuela con la Viagra Bolivariana que prometió una refundación del Estado sobre un difuso modelo de “Socialismo del Siglo XXI” y hoy sacude países como Bolivia, Ecuador, República Dominicana, entre otros.
Los años transcurridos y las experiencias vividas nos dan cuenta de que estas reformas se traducen en entretenimientos políticos de ocasión, ya que las debilidades del Estado siguen intactas a pesar de las avanzadas construcciones conceptuales que articulan estos proyectos y los ingentes esfuerzos por imponerlos.
La disfunción eréctil del Estado requiere un tratamiento más profundo que implique cambios en la visión y en la conciencia crítica de los gobernados y la sustitución de unos paradigmas y actores políticos ya agotados. El problema no es normativo sino fáctico. Lo penoso de estos procesos es que la vida del país se detiene y otros sectores más sensitivos sufren dolorosas desatenciones. Al final, saldrá un texto constitucional nutrido de modernas concepciones con un liderazgo político rancio que dirige una nación sumida en el atraso.
La publicidad de la Viagra nos aconseja: “Lograr la erección es sólo la mitad de la historia; mantenerla es tan importante como lograrla”. Una nueva Constitución debe ser un primer paso para levantar un Estado caído (no fallido), pero no es suficientemente fuerte para mantenerlo erecto, aunque cantemos rítmicamente, como un nuevo himno nacional, la canción comercial: “La Pela, papi, La Pela”…
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